El Cura Pedregal

Otro de los personajes importantes del Siglo XIX en Arahal fue el famoso Cura Pedregal, Antonio Pedregal y Guerrero (1840-1906), republicano y diputado en Cortes Constituyentes durante la segunda mitad del siglo XIX, siendo un hombre de gran dinamismo, cuya vida llena de azares y contradicciones ocupa un periodo episódico muy interesante localmente considerado, donde su figura acusa tanto relieve en el orden político y social, dentro y fuera del pueblo, que el excluirlo de este libro sería una falta imperdonable para todos los lectores.

Nació en Arahal, el 11 de Mayo de 1840, imponiéndose los nombres de Antonio Manuel de la Misericordia. A los trece años ingresó en el Seminario Pontificio de Sevilla, donde cursó Humanidades. Cuatro años después pasa al de San Pelagio de Córdoba, con beca de pensión. Allí estudia su carrera con notas de “meritísimus” y “beneméritus”. Ordenado sacerdote, canta su primera Misa en la Parroquia de Santa María Magdalena en el año 1866. De padres humildes, su niñez se desliza en un duro calvario que debió verter en su alma infantil todo el fermento de la rebeldía social. De naturaleza fuerte y ballatadora, como descendiente de aquellos rudos arahelenses que plasmara Bernaldo de Quirós, este cura, mitad romántico, mitad materialista, llega a ser un día el ídolo supremo de Arahal y de sus destinos políticos.

En el paréntesis histórico abierto en España en 1868 con el movimiento revolucionario que llamaron la “Gloriosa” y que se cierra en 1875 con la restauración de los Borbones en el Trono de sus mayores, la personalidad del Cura Pedregal es de tal magnitud que su nombre vinculado al de Arahal, donde ejerció una jerárquica influencia, se difundió por todo el suelo patrio en aras de una enorme popularidad. La derrota de Novaliches en Alcolea, seguida de la caída de Isabel II, origina en España focos de inquietudes y trastornos político-sociales que la Historia Contemporánea recoge cuidadosamente por su envergadura. En Arahal tales acontecimientos son también no menos violentos que los acaecidos en otros pueblos de las provincias andaluzas.

La noticia del triunfo revolucionario conocida aquí la misma noche del 29 de septiembre de 1868, produce un desbordante júbilo entre los enemigos del caído régimen. Grandes turbas organizadas espontáneamente recorren las calles de la Villa, entonando himnos libertarios de letrillas insolentes. Nadie les interrumpe el paso; los braceros, propicios por su ignorancia a toda suerte de algaradas, engrosan la manifestación popular, que adquiere por instantes sombríos caracteres. Los gritos de “Vivas” y “Mueras”, cada vez más intensos, más ensordecedores, penetran en el interior de las viviendas cerradas a piedra y lodo en evitación de ser asaltadas por la muchedumbre. Pero nada de esto ocurre, la propiedad particular es respetada.

Horas más tardes congregándose los manifestantes frente al Ayuntamiento que es ocupado por la Junta Revolucionaria, nombrada al efecto momentos antes, y que preside el vecino de Arahal, Don Juan Arqueza. La Corporación Municipal regida por Don José Manuel Sánchez Vázquez, abogado y escribano público, lejos de oponerse a ello, le da posesión de los destinos de la Villa. El júbilo, entonces, se acrecienta. Multitud de cohetes y bengalas lanzados al aire iluminan el espacio ennegrecido por la noche, sobre el que tremolan voces soeces cuyos ecos se disipan en todas direcciones. El momento es inquietante. Y es que a las muchedumbres suele ocurrirles lo que a los chicos, que se alegran demasiado sin conocer a veces el móvil de su contento, trocado acaso en verdadero llanto. Además, el juego de las revueltas fue siempre muy importante para los desheredados de la fortuna que columbran en ellas unas ilusas esperanzas de redención económica.

Una de las mayores sorpresas de este movimiento popular fue la apostasía del tristemente célebre sacerdote don Antonio Pedregal y Guerrero, conocido desde entonces en el campo de la política española por el Cura Pedregal. Cuando mayor era la animación en el pueblo campesino, un espontáneo orador asoma al balcón del Ayuntamiento y convirtiéndolo en improvisada tribuna, enardece desde ella a la multitud congregada en la plaza pública con una vibrante salutación a los Caudillos del triunfante movimiento revolucionario español. Con tales acontecimientos se reproduce en la Villa una política sembrada de egoísmos y torpes afanes que ha de seguir imperando hasta la formalización del Pacto Político Local llevado a cabo en 1890 por don Eduardo Benjumea y Gil de Gibaja y don Antonio Arias de Reina Jiménez. El elemento proletario, formidablemente organizado bajo la férula de su Jefe el Cura Pedregal, crea entre otras organizaciones locales una potente cooperativa obrera que amenaza llevar a la quiebra al comercio arahalense.

A esta cooperativa hubieron de adherirse forzosamente la clase patronal agrícola del pueblo, declarándosele el boicot al que se negaba a pertenecer a ella. Convocadas las primeras cortes constituyentes seguidas a la destronación de Isabel II es elegido diputado por el distrito Arahal-Paradas-Marchena el famoso Cura Pedregal. Triunfante en aquella legislatura el Régimen Monárquico que trae al Trono español a don Amadeo de Saboya, el célebre ex cura. Al igual que otros caudillos pueblerinos, organiza una partida revolucionaria o facciosa, idéntica en fines a aquella otra muy importante capitaneada por el violento albéitar Pérez del Álamo, lanzada al campo de la insurrección para su causa, pero sin pena ni gloria.

La abdicación de Amadeo de Saboya provoca nuevas Cortes Constituyentes, a las que el Cura Pedregal lleva otra vez la representación al Distrito con su investidura de diputado (1873). En la revolución federal de 1869, lo mismo que en la Cantonal de 1873, el Cura Pedregal no se limita a la contemplación platónica de sus ideales; por el contrario, agrupa a sus huestes y, pertrechándolas como le es posible, se arroja de nuevo al campo de la rebeldía, apellidando guerra a favor de la bandera federalista hasta que, vencido en Setenil (Málaga) por las fuerzas gubernamentales, retorna al pueblo, derrotado y con sus huestes dispersas.

Derribada la República por Pavía en Enero de 1874 y restaurada la Monarquía Borbónica de Don Alfonso XII se inicia una violenta persecución contra los republicanos de más destacado relieve. Acosado el ex cura por la persecución sañuda de que es objeto, huye a Portugal donde por segunda vez queda exiliado. Allí recibe de sus prosélitos arahalenses y de otros sectores los medios económicos para atenciones de su sustento. Amnistiado más tarde regresa a Arahal, donde se encuentra a su llegada una frialdad enorme entre sus partidarios. Pocos son ya los que le siguen tras la turbulenta política, siendo abandonado al cabo de sus más viejos leales y perseguido constantemente por sus enemigos, viejo y dolorido, despojado en un pasado, muere ya vencido el día 14 de Junio de 1906, en una mísera casa de vecinos de Triana (Sevilla), rodeado de melancolía y sin otro amparo en su avanzada longevidad que el de una abnegada mujer, con la que compartiera su vida y su lecho.

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